sábado, 18 de febrero de 2012

Entrevista para el diaro El Mundo - RHCP

(10/09/2011)

'Todo tiene que estar al servicio de nuestra inverosimilitud'

La mitad de los integrantes de Red Hot Chili Peppers están sentados frente a mí, en un par de sofás suntuosamente mullidos que se encuentran en uno de los rincones de la suite que ocupan en su hotel, situado en primera línea de la playa de Santa Mónica, California. El ventanal que tengo a la izquierda da al Pacífico, mientras que desde el de mi derecha se puede ver el recinto ferial de Venice Beach. Son las dos de la tarde y el sol cae, inclemente, en medio de una ola de calor intensa y extenuante.

El bajista Michael Flea Balzary –aunque parezca increíble, este hombre, que parece una especie de anuncio de la perpetua adolescencia, tiene 48 años– está explicando algo sobre cómo su afición por el surf le había llevado hasta una tremenda pasión por componer canciones. Yo trato de seguir lo que dice, pero su forma de comportarse no me ayuda, precisamente, a mantenerme concentrado. Flea navega alegremente a través de su propio paisaje marino mental, pleno de encanto: es un hombre canoso que luce un intenso bronceado y una sonrisa franca y abierta que él utiliza como si fuera una bandera pirata hecha jirones.

"Todo el aparato tiene que estar al servicio de nuestra inverosimilitud y de nuestra capacidad de improvisación", asegura en respuesta a una pregunta acerca de cómo una banda que se formó hace casi 30 años es todavía capaz de hacer cosas que puedan llegar a resultar interesantes en una nueva gira mundial. "Ser buenos e interpretar canciones no es suficiente; ser entretenidos tampoco es bastante. Todo eso me importa una mierda... Tenemos que improvisar y experimentar, intentar hacer cosas que acaso podrían salir mal...". Y advierte: "En última instancia, que a la gente le guste este nuevo disco o nosotros como banda, es totalmente irrelevante para mí".

El grupo está promocionando 'I’m With You', su décimo disco de estudio, algo que resulta toda una hazaña para una banda que se había formado como consecuencia de una "broma", una especie de desmán musical excepcional que tuvo lugar en Los Ángeles en 1983.

En el otro sofá está sentado el personaje más tranquilo, el batería Chad Smith, de 49 años, quien con frecuencia cambia sosegadamente de postura, luciendo un reloj de lujo del tamaño casi de un plato. Les pregunto si el título del disco, 'Estoy contigo', podría significar que ellos se comprenden o que se apoyan entre sí. "¡Las dos cosas! Puede usted tomarlo como quiera, señor", dice Flea, apoyando sus palabras con un enérgico rasgueo de su guitarra. "Me parece que me voy a llevar todo esto a una base aérea y a tocar bajo gravedad cero".

"¿Sabes? Yo valoro mucho lo que ha hecho Flea en todo este proceso", confiesa Smith mientras saca una botella de agua de un cubo para el hielo de plata tallada, ofreciéndome otra a mí. "Él es quien mejor se expresa y ha hecho una gran parte del trabajo pesado".

Si usted ya ha decidido que no soporta a este grupo es seguro que nadie le va a cambiar su forma de pensar. Pero estando con ellos se pone de relieve que sienten más respeto que nunca por las posibilidades de su música. Teniendo en cuenta que su historia está llena de excesos con las drogas, incluso de muerte, Red Hot Chili Peppers han mantenido un nivel de fecundidad musical sorprendente. Flea y el cantante Anthony Kiedis incluso mencionan la existencia de una "enorme cantidad" de material no publicado. "La creatividad aparece y desaparece –dice Flea–. Nosotros hemos tenido mucha suerte. Hemos hecho montones de jodido dinero. Podríamos estar tumbados en la playa comiendo burritos, pero en lugar de eso, e incluso cuando estamos cabreados los unos con los otros, nos sentamos en una habitación y nos ponemos a trabajar. Igor Stravinsky se sentaba al piano todos los putos días. Algunos, todo lo que le salía era una basura, mientras que su esposa se dedicaba a morderle la oreja... pero él seguía en ello. Lo mismo le ocurre a Nick Cave, el compositor vivo más grande que pueda haber. ¡Él trabaja! Todos y cada uno de los días. Y eso es lo que hacemos nosotros también".

Kiedis, de 48 años, es una revelación. Con una voz suave, se permite un cierto tono sarcástico (una digresión suya acerca de David Furnish, marido de Elton John, es muy divertida, aunque totalmente impublicable), lo que tiende a desinflar por completo su imagen de macho tatuado. Tiene ese porte sereno de alguien que ha hecho lo mismo durante años. Cuando se dirige a su nuevo compañero, el guitarrista Josh Kilinghoffer, de 31 años (quien sustituye al excéntrico John Frusciante), parece convertirse en una especie de tío suyo, amable y preocupado por la vida cultural de su joven pupilo. Klinghoffer, junto a él, nunca deja de moverse. Entre medias sonrisas un tanto desdibujadas, se pasa el tiempo mordisqueándose distraídamente los dedos y tirando de los puños de su camisa. Le pregunto si le resulta intimidante unirse a una maquinaria tan descomunal. "Conozco a los chicos desde hace una década y esto es lo que he querido hacer toda mi vida", contesta en voz baja. "Aunque, si pienso en la inmensidad de todo, se me dispara la ansiedad". "Cuando Josh tocó por primera vez con nosotros, lo que en realidad estaba haciendo era entrar en un pequeño cuarto lleno de instrumentos y amplificadores", dice Kiedis eludiendo hábilmente la pregunta. "Por allí no había discográficas, sociedades de gestión o cosas así. Aquello comenzó como un sencillo romance".

"¿Sabes? Nosotros nunca llegamos a pensar que perteneceríamos a una banda de rock & roll para siempre", dice Kiedis. "Tan sólo queríamos tocar una noche. Y entonces ocurrió toda esta locura. La ciudad de Los Ángeles la pudimos controlar realmente durante algún tiempo... Venía a ser algo así como nuestra monarquía privada".

Todos se levantan y se disponen a marcharse, mientras Flea, y sin que eso pueda ser una gran sorpresa para nadie, no ha terminado de hablar todavía. En esos precisos instantes estaba recordando que tenía siete años cuando pensó en tocar música por primera vez en su vida. "Había un callejón al lado de mi casa y chicos mayores que yo se iban allí a jugar con tapas de cubos de basura y escobas. Simulaban pertenecer a una banda, al mismo tiempo que imitaban todos sus gestos siguiendo el sonido de una radio que tenían oculta por algún sitio. Y yo pensaba que estaban realmente tocando aquella música, que a mí me parecía algo así como si estuvieran haciendo una magia extraordinaria. Y todavía me siento así. Todo esto sigue siendo todavía absolutamente mágico para mí".


Fuente: Funky Monks

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